Por Dionisio Sánchez
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Los años son buenos o malos según sea la índole de las cosas que nos
han sucedido. Y, la verdad, es que el ser humano normal se conforma con
muy poco cuando se le pide que manifieste su gran deseo: salud. Si la
salud ya la tiene, pide amor. Y, al final, solo al final, cree que el
dinero ayuda.
Así pensamos los normales.
La pena es que somos cada vez menos y,
encima, nos toca convivir con nuestros mil euritos al mes con una banda
desfachada de políticos, funcionarios y demás ralea que acumulan nóminas
de 50 a 70.000 euros, eso sí, anuales. Y además los vemos con mucha
frecuencia. Y eso es lo peor: el agravio comparativo.
Cuando yo me voy a mi pueblo soy feliz porque todos tenemos un
tractor (algunos hasta tres, pero bueno..), una boina (algunos unos
gorros de forro polar de la virgen, pero bueno…), un huerto (algunos un
invernadero que te cagas, pero bueno…) y, sobre todo, porque nos
dedicamos a cosas diferentes: unos, a la agricultura productiva, y
parece que se ganan la vida extraordinariamente, y yo, que me dedico a
la silvicultura improductiva y disfruto bastante más que ellos porque al
eliminar de la actividad el factor económico solo tengo que saber si me
lo he pasado bien o no con frío, calor, lluvia, nieve o granizo. De
modo y manera que nuestros intereses no chocan y hasta podemos, alguna
vez y sin abusar, ayudarnos.
Pero, en nuestra ciudad, la cosa es diferente porque unos cuantos
tipos que ni siquiera han sido elegidos (creo) se empeñan en
organizarnos la vida a su modo y manera y, claro, eso ya es otra cosa
porque mi dinero aportado vía impuestos vale tanto como el que,
seguramente, no ponen estos gilipollas que se hacen llamar cosas como si
viviéramos en Menfis y el faraón Belok habitara en la plaza del Pilar:
Concejal de Grandes Proyectos, Almirante de la Flota Ebráica, Consejero
de Cultura (¿lo cualo?)
Se reparten la pasta colectiva con una alegría que ni en los mejores
tiempos del caciquismo mejicano de Pancho Villa. Y lo más divertido es
que nadie les dice nada: ni la oposición, ni la izquierda plural,
asamblearia y estalinista, ni la extinta falange, ni los jueces, ni los
militares: nadie. En el ayuntamiento de Zaragoza se ha llegado a una
situación donde la ciudad aparece como un rancho manejado por el tirano y
su socio, rodeados, eso sí, por un corro de déspotas e intérpretes de
rancheras que rascan las bandurrias, guitarras y guitarrones con fajos
de billetes que van desde los 57 mil hasta los 92.000 euros por barba.
Y, además, como son de izquierdas (sépase: el gobierno millonario de la
ciudad de Zaragoza ¡es de izquierdas!), piden a los demás que seamos
solidarios y matemos a cualquier conocido u amigo del Partido Popular,
esos fachas que están desmontando el estado del bienestar y la
subvención que también se portaba con los colectivos zurdos a quienes
garantizaba la existencia y la promoción , se dedicaran a tocar la
chufla de un agujero (¡ojo! la de Bartolo tenía dos) a machacar textos
teatrales o a onegear con negritos y desvalidos.
Así pues, ahora que ellos han visto claro que la difícil situación ya
no genera dinero para mantener a la maraña, mandan salir a la calle a
llorar porque lo que no se puede –claro que no- es que ellos se pongan
nóminas de mil euros y metan el resto en la caja de la cantina
solidaria. La solidaridad económica, como todo en sus vidas, les es
totalmente ajena a sus bolsillos particulares. La pasta de la
fraternidad , al igual que la de sus nóminas, ha de salir de la caja
común que manejan con fruicción porque ya es sabido que el “dinero
público no es nadie”. Pero, primero, lo suyo. Luego el pico largo, la
justificación, la visita a la Federación Barrios para llevarles la
cestita de caperucita con unos euros, la notita de prensa y a dejar
pasar las ricas mensualidades.
A mi no me gusta esta manera de funcionar. No me gusta nada. No es
justa ni solidaria.Y, además, se me han hinchado las pelotas. ¡A
caballo! ¡Yihiii! ¡Salud!
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