Basado en la obra de
Pablo Claramunt (1905)
CAPITULO III Agripa
Ocupaciones de los íberos --
De pacíficos habitantes se convierten en guerreros -- Malas noticias para
Salduba. -- Derrota de Amílcar y su muerte.--Devastación de Salduba y
reedificación de Agripa.
Hasta que Salduba recibiera el nuevo nombre con que
encabezamos este capítulo, infinidad de tristes y graves sucesos se
desarrollaron en la Península ibérica, ocasionados todos por los diferentes
pueblos de Oriente y Occidente, que, ambiciosos de poseer las riquezas con que
nuestro país les brindara en aquel entonces, á él acudían decididos á no
perdonar medios hasta conseguir sus propósitos.
Pero como nuestra misión se refiere única y exclusivamente á
dar lacónica, pero sucinta reseña de la gran historia de la por tantos títulos
heroica y nobilísima ciudad, pasaremos por alto las guerras púnicas, toda vez
que esto debe quedarse para los historiadores de los hechos de Aragón y de
España.
Así, pues, diremos que los
iberos en Salduba dedicábanse á la caza, al pastoreo de sus ganados y á
laborar los terrenos feraces y llenísimos que á sus improvisadas y humildes
viviendas circundaban.
Nada les preocupaba; solos, aislados, no parecía sino que
estaban separados del resto del mundo: tal era la paz y ventura que gozaban,
ignorantes de lo que es España y á pocas leguas de Salduba sucedía entre los
naturales y fenicios, -nuevos invasores- primero, y después entre éstos y los
cartagineses y romanos.
Dos siglos habían transcurrido así, y sin embargo, los
habitantes de la pobre aldea Salduba (Zaragoza), continuaban en su pacífica y
feliz existencia sin haber llegado á ella el más ligero grito de muerte y
exterminio con que llenaban los aires los combatientes.
Como Salduba no había de quedar libre de las consecuencias de
tan funestas guerras, un día vieron llegar sus habitantes á varios hombres que
corriendo y rendidos por la fatiga fueron á caer junto á ellos.
A los gritos de ¡alerta! de tan inesperados huéspedes, los
pacíficos aldeanos preguntárosles que quiénes eran y qué querían.
Los recién llegados pusiéronles al corriente de cuanto á corta
distancia de ellos ocurría, diciéndoles que unos hombres feroces armados de
cuchillas (se referían á los guerreros que mandaba Amilcar Barca) iban
avanzando hacía aquel pueblo y que pronto morirían bajo sus terribles armas,
serían talados sus campos y arrebatados sus ganados.
Ante tan funesto anuncio y convencidos los habitantes de
Salduba de que era cierto cuanto los recién llegados les contaran, pronto
cambiaron la honda por el arado y por el cayado la lanza, reuniéndose á poco
numeroso ejército, que mandado por dos hermanos. Istolacio é Indortes,
marcharon en busca de enemigos, que se encontraba en la falda opuesta del
Moncayo, quedando Salduba habitada tan solo por inválidos, mujeres y niños.
Istolacio murió en la batalla, que fue terrible para los
improvisados guerreros, pero Indortes, que pudo escapar con vida, juró vengar
la derrota y muerte de su hermano. Reunió sus huestes, se agregaron otras y
pocos días tardó en presentarse frente á Amilcar para disputarle el paso, pero
con tan desastrosa suerte como en la primera.
Indortes, con diez mil hombres, quedó prisionero del general
cartaginés Amílcar, pero conociendo este astuto militar lo difícil que era la
custodia de tanta gente, les dió la libertad incondicional, menos al
desgraciado Indortes á quien mandó crucificar.
Pronto llegó á Salduba la noticia de las dos derrotas y muerte
de los dos hermanos, y con tan desagradable nueva nuevos refuerzos se
aprestaron á la lucha decididos á disputar el paso á Amilcar; pero éste, al
llegar al Ebro, supo que la suerte de sus armas le era adversa en la Bética
(hoy Andalucía), cruzó á la orilla opuesta del río con ánimo de llegar a
Tarragona, en cuyas costas se hallaban sus bajeles y de allí dirigirse a Málaga,
por entender que este era el camino más corto y el menos expuesto á sufrir una
avería.
Mientras, en Salduba se había reunido otro numeroso ejército,
deseoso y ardiendo en ira por vengarse de las anteriores derrotas, pero pronto
tuvieron noticia estos nuevos combatientes de que el triunfante Amilcar
marchaba por el lado opuesto del Ebro; y efectivamente, pocos días después, los
habitantes de esta población vieron desfilar junto á la opuesta orilla del río
á los feroces invasores, contemplando aquéllos la disciplina y marcialidad de
los guerreros, y éstos las cabañas é inmensa y feraz llanura de Salduba.
Entre tanto, el ejército que se improvisara en esta por
entonces afortunada aldea, dirigiose hacia Fuentes de Ebro, por donde se cree
lo cruzó, y reunidos en los llanos de Pina gran número de combatientes, pronto
tuvieron ocasión de presentar batalla á Amilcar.
Creyó este, hasta entonces, afortunado general, que había de
costarle muy poco ganar la batalla, pero sus armas fueron arrolladas, deshecho
el ejército cartaginés que mandaba y él ahogado en las aguas del Ebro; pues
ante tal desastre, antes que caer en manos de sus enemigos, al ver tan
espantosa derrota, picó espuela á su caballo con ánimo de cruzar el Ebro, pero
mal herido el corcel que montaba, no pudo resistir el empuje de las aguas, y
antes de llegar al otro lado, caballo y caballero se sumergieron en el fondo
del río.
Los vencedores, agitando al aire sus armas llenos de júbilo,
hicieron votos por la libertad y la independencia de la patria y Salduba vuelve
á gozar de la paz y ventura que antes disfrutaba.
Asdrúbal sucede á su suegro Amilcar, desembarca en España con
numerosas huestes á los 226 años antes de Jesucristo, y uno de sus propósitos
más fervientes es la venganza de sus antecesores y parientes.
Los saldubenses tienen noticia del arribó a España de Asdrubal
y no se les ocultan sus aviesas intenciones ni las de sus sucesores, teniendo
en cuenta que á las puertas de su aldea había sido deshecho Amilcar; mas hasta
que esto ocurriera, se entregaron á sus diarias ocupaciones, mirando impasibles
aquellas terribles luchas.
De vez en cuando llegaban á noticia de los saldubenses las
espantosas catástrofes que los combatientes ocasionaban en toda la Península, y
persuadidos de que algún día llegaría á sus viviendas la avalancha, procuraban
de vez en cuando ponerse al corriente de cuanto sucedía, para que la catástrofe
no les cogiera desprevenidos.
Corría el año 49 antes de
J.C. y España era ya romana;
sin embargo, la guerra no había concluido, Julio César y Pompeyo se disputaban
el triunfo, los naturales del país se dividen en bandos, unos proclamando a
Pompeyo y otros a César, y la guerra civil se enseñorea de nuestro desgraciado
país.
Salduba escucha con regocijo las derrotas de Pompeyo y aplaude
con entusiasmo á las victoriosas tropas de César, en cuyo favor se decide; pero
cuando más olvidados estaban de las anteriores contiendas y menos temían, despiértense
al oír lejanos sonidos de agudos clarines, inmensa polvareda les indica el
camino que siguen los guerreros, y pronto se presentan ante su vista las armas
de Pompeyo.
Pánico aterrador se apodera de ellos; los hombres mirábanse
asombrados, los ancianos hincaban las rodillas é imploraban á sus dioses y las
mujeres se mostraban llenas de espanto; en tanto, el ejército avanzaba y ya
escuchaban el relinchar de los caballos; llegaron los enemigos á la aldea,
encontrando breve pero heroica resistencia; y vencido aquel puñado de
valientes,
Salduba fue entrada á saco y degollados todos sus habitantes;
después, el fuego se encargó de no dejar más que humeantes escombros, hasta que
Agripa, hijo político de César Augusto, al volver á Roma con los laureles de la
victoria y pasar por las solitarias llanuras y ruinas de Salduba, le llamaron
la atención y comenzó a reedificarla, dándole el nombre de Agripa.