Por Pablo Claramunt (1905)
CAPITULO I Auripa
Viaje de Túbal por el Mediterráneo.-
Admiración de los expedicionarios al llegar a las ruinas de Auripa.
Densa oscuridad nos impide dar cuenta de los tiempos
primitivos; mas apelando á respetables autores, trazaremos á grandes rasgos lo
que aquéllos nos legaron.
Corría el año 263 antes de Jesucristo, cuando Túbal,
abandonando las costas que bañan la pintoresca Grecia, se internó en el mar
Mediterráneo, dirigiendo siempre sus naves hacia el ocaso del sol.
Navegando en la dirección indicada, poco tardó en presentarse
á su vista el nuevo país, admirando con entusiasmo sus ricas aguas, la
fertilidad de sus tierras, sus riberas, ora cubiertas de verdes campiñas ó de
elevados peñascos, ora coronada de inmensos promontorios, ricos en metales de
todas clases y mármoles de diversos colores que semejaban al precioso arco
iris.
Admirado de la sin par belleza que á los ojos de Túbal se
presentaba, así como iban avanzando sus naves, decidióse á dejar huellas de su
paso por el país que visitaba, alzando aldeas y pueblos y dejando en ellas para
poblarlas á varios de los que en su excursión le acompañaban.
Así caminaba, hasta llegar á la desembocadura en el
Mediterráneo, de un gran río, hacia el que dirigió sus barcos, y cruzando las
soberbias llanuras, inmensos bosques, elevadas montañas y valles de rica
vegetación, llegó á la confluencia de dos ríos, uno frente del otro, sobre el
que navegaba, divisando á la vez á su derecha, y casi perdiéndose en el
horizonte, los Pirineos; al frente un monte colosal denominado hoy el Moncayo y
á su izquierda, un poco más arriba de la confluencia de los dos ríos Gállego y
Huerva, una gran llanura, en la que todavía existían inmensos cimientos de
edificios, hermosos pórticos medio derruidos y grandes palacios derrumbados;
dandole todo ello á conocer que en aquella llanura debió existir importante
ciudad, antidiluviana, según Plinio, Murillo y otros célebres autores.
Admirados los expedicionarios de tan inmensos como frondosos y
exuberantes terrenos, llanos como la palma de la mano y de tan ricos como
preciosos vestigios de grandiosa población, fundada en las mismas orillas del
caudaloso y aurífero río, abandonaron sus naves y exparciéronse por las ruinas
de aquella antes inmensa ciudad y en aquel entonces habitada tan solo por las
variadas clases de insectos y pájaros.
La supuesta riqueza de lo que aquella gran población fué, les
llenó de admiración y entusiasmo y no dejó de cruzar por la imaginación de
Túbal la gigantesca idea de reedificar aquella derruida ciudad, laborar sus
campos y devolverle á su antiguo esplendor; mas sin duda alguna, falto de
personal para caminar por el rumbo emprendido si dejaba el que aquellos
inmensos terrenos necesitaban y pedían, y temeroso á la vez de cometer un grave
pecado si dejaba poca gente, decidiose á abandonar con todos sus expedicionarios,
no sin volverse á ella hasta perderla de vista y dirigir sus oraciones al
Cielo, rogando á sus Dioses al despedirse de Auripa,- cuyo nombre le dió
Túbal por los granos de oro que entre sus arenas contenía el río por el que
aguas arriba navegaba,- le concediera las fuerzas necesarias para volver y
dedicarse á su reedificación.
Pues continuamente se le oía murmurar: ¡Ya volvere!
Y Auripa -- Zaragoza -- quedó tan solitaria como lo
estuvo después del diluvio hasta la pasajera visita que recibiera de Túbal.
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